Escribíamos hace no mucho sobre las bondades de la poetoidesía como sustituto del azúcar. Los sustitutos de azúcar previenen la diabetes, pero provocan cáncer. A final de cuentas, todos somos mortales, y aquellos tiempos no fueron la excepción. La poetoidesía se murió de cáncer:
Más o menos cada tres semanas, el nunca bien ponderado Coyoacán (sí: sé que es un lugar común, pero who chingados cares?) recibía la visita de este grupito de raros ataviados en sus mejores disfraces, inmersos en una ciudad en la que lo que menos escasea son los raros enmascarados. Ante la mirada broncínea de doña Frida, seis o siete de los nosotros de entonces nos reuníamos a desnudarnos un rato ("es metáfora, Miguel") y despistar al mundo con sopitas de letras.
Lufemol, que para esas épocas ya estaba agarrando color y hábitos alimenticios, se topó por esas épocas con quien fuere alguien que le diera motivos, y quien le mostrara, huellas mediante, el camino que llevaba a un lugar que, luego supo, se llamaba Destino. Al menos eso cuenta con un cigarro en la boca, ahora que lo entrevisto para hacer esta burla de crónica.
Los cófrades virtuales que nacimos con el proyecto éramos varios. Ahora mismo, y a riesgo de omitir a alguien importante, recuerdo que en la primera camada de poetoides vendría Luna_Ella, el maese Abdiel, el Moro antes de Jorrick, la maravillosa -punto- Isa Zapata, la Skene -ya veo venir los chingadazos-, Frida Cósmica en su periodo dada, quien acercaría a Cynthia (primera madre de poetoide sXXI), el yononacíparamar Saúl, Maggie y el buen Zombie; poquito después el Tocayo de guitarra y lana, la Jica cole de mis quereres y Juanjo Junoy -entre lo público y lo privado: que bruto, que poesía!-, Adma xoxo, y Alejinoquia. El hermanazzo HACS y su faloescatobra del país de las maravillas cayeron ya mucho después, y se volvieron imprescindibles para el simplón que escribe. Muchos otros se asomaron a la ventana; algunos para verse reflejados en el vidrio; otros, para hacer gestos, y algunos más sólo por curiosidad.
Todo se paisajeaba en lindos colores por aquellas épocas. Muchos comentarios, mucha buena letra, saluditos personales, reuniones, tocadas... hasta que el muñequito de pijama roja le habló suavecito a nuestros egos, y el megalómano que todos llevamos dentro se infló y se infló. De pronto, la camaradería tornó en competencia, y las flores y jitomates se petrificaron, descalabrando a más de uno.
Hubo bandos y rehenes, me acuerdo. La cosa más divertida, hasta que ya no lo fue tanto. Una piedra acertó justo en mi columna vertebral, y tras la conmoción, caí en cuenta de que era hora de definirme. Los detalles sobran: mi elección fue salir a buscar cigarros y, de paso, aprender a fumar. Supuse que sería necesario por si alguno de estos días me tocaba entrevistar a Lufemol, y él me ofrecía uno de las muchas cajetillas que usa de pretexto para sentarse a no dormir.
El grupo, los otrora poetoides, está ahora disgregado. La deserción fue masiva. No pienso ni mucho menos haber sido el que los congregara ahí; más bien creo que mi elección fue secundada por quienes querían hacerlo desde antes. Me imagino la escena como si el viejillo que da de comer a las palomas de repente soltara una patada: todos salimos volando en direcciones distintas, y cada cual a su estatua.
Algunos mantenemos contacto. Otros, franca y dolorosamente, no.
Ahora, a varios años de distancia, la propuesta renace. La Poetoidesía en Versión 2.0, con reglas nuevas, origen y caos también nuevos, personajes distintos, circunstancias extrañas y un montón de "cómo crees!?" como parte del nuevo envoltorio. A pesar de mi reconciliada condición de carroñero, la duda surge: ¿Quiero?
La neta, no sé.
"ATTE"
-LufeMmol