Aquel día en que el hombre gris vio que a su hijo le crecía una pluma de purísimo blanco en la espalda, tuvo, por deber cívico, que arrancarla inmediatamente. Al notar la miradita extrañada y adolorida del niño, le colocó un billete entre los dedos y, viéndolo a los ojos, le explicó sus razones:
- Tráeme unos cigarros.
-LuMmo.
- Tráeme unos cigarros.
-LuMmo.