Son las 06:13 cuando comienzo a escribir esto. No supongo siquiera la hora en que termine.
Va amaneciendo en este concreto que a veces siento mío, y otras me escupe en cara su ser ajeno.
Desmadrugados y madrugadores nos vamos mirando las palideces mutuas. Nos reconocemos. Ya sabes que yo, aunque quisiera -que no quiero- nunca podría pertenecer al segundo grupo.
Sucede, hermanita, que te voy pensando. Entre los destellos de sol nuevo y las penumbras de los parpadeos (cada vez más inclementes, más prolongados) me obligo a sostenerte en la memoria y, por fuerza de la disciplina que no tengo, me ordeno que hoy voy a mirar amanecer.
Entre tú y los despertares, el hilo conductor es sencillo: tú y yo, hermanita, tenemos deudas. Una es ver un amanecer juntos.
Recién me entero que estás más lejos de donde te dejé la última vez. Mucho más lejos. Muchísimo. Recién me entero que ya comenzaste: que ahora sí, sólo es cuestión de tiempo para que dejes caer una pluma en cada rincón de este pinche mundito de maravillas.
Cuando nos conocimos, te acuerdas? Todo pintaba más claro, no sé... más inocente. Nosotros mismos lo éramos. Todo estaba mucho más blando, y jugábamos a no dejar una mano al azar, o a mostrarle nuestro juego al destino con la firme convicción de que nunca pasaba nada; de que el egoísmo infanticida nos sacaría a flote. Dios no pintaba en nuestros lienzos porque sus tonos eran ocres y marrones, y tú y yo exprimíamos los mismos ataúdes para sacarles el color que llevaran dentro. Mira que me hiciste feliz.
Recuerdas nuestro rincón? nuestra isleta privada en la que hubo siempre queridos náufragos que iban y venían, pero nunca cayeron en la complicidad que sólo dos gemelos y su hermanita mayor menor podrían tener... Que maravilla escribir esto en plural.
Cómo fue que nunca nos confundimos? Yo lo intenté, lo sabes; y tu ingenio capoteó mis intenciones con tal elegancia que decidí quedarme contigo. Y después, el beso. Te acuerdas del nosotros en aquella madeja, convencidos por siete segundos de que podríamos ser algo más que tú y que yo? Lo que sospecho, mujer maravillosa, es que siempre lo fuimos.
Un día dijiste: "Y tú me hablas de libertad? si tú eres el principal esclavo de tus propias convicciones". Si yo hubiera sido el destinatario de tal sentencia, habría revirado diciendo "Yo no tengo convicciones". Pero luego te pienso, hermanita, y me hallo la grata sorpresa de que de pocas cosas estoy tan seguro como de ti.
Recién me enteré, ya te decía, que sobrevuelas otras latitudes, y nada, en mucho mucho tiempo, me ha hinchado más el orgullo. Mi almita gemela ya despegó.
Te quiero.
- LuMmo.
PD. Ya amaneció. Ya es hora de meterse a dormir.
2 comentarios:
:D
Wow
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