30.4.08

De los recuerdos que uno se puede encontrar tirados en las banquetas de Morelia.

Recordé.

Ya les cuento: regresamos de Morelia hoy mismo. Ya tarde, y muertos de cansacio: el Vocho y yo ya no estamos para estos trotes [lo cual no determina en modo alguno, por supuesto, que estemos planeando dejar de hacerlo... es sólo una cruenta realidad que debemos admitir. Yo estoy sedentarizándome, certifica mi panza, y a él le hace falta un chicote nuevo en el clutch].


Esta vez fuimos acompañados por una tercera aventurerilla, que se nos unió de último momento. Muy bienvenida la de la sonrisa inocente.

¿Qué fuimos a hacer a Morelia? sencillo: lo que sea que se hace en Morelia durante un viaje sin objetivo. Deambulamos por sus callejuelas, entramos a sus bares, paseamos por sus zoológicos, reconocimos a su gente y compartimos piel y sábana desprovistos del molesto pudor inicial.

[Bueno, el Vocho no. Él se quedó afuera]

Ahora sí, entramos en materia: recordé. Este par de dias hubo bocadillos de varios pasajes de mi vida. Nada muy revelador; sutilezas: olores, imágenes, canciones, palabras.

Como aquel día en que, mientras la adolescencia comenzaba a cicatrizar, yo me enamoré un poquito más de la chef al verla maquillada de noséquién de Kiss, recorriendo desde Chapultepec hasta los lindes de San Jerónimo en su peserito, sólo por el encanto de ser quien era.
(Se acuerda, mi estimado?)

O la implacable progesión de En el claro de la Luna, con la que Silvio, talismán y cataclismo mediante, condenó una historia anónima que no pudo ser miel de abeja en vez de sal.

Recordé las interminables discusiones en que sabíamos todo. Bueno, yo no: ellos. Ustedes. Y yo los contemplaba boquiabierto. Sabían tanto, y había tanto asombro en el aire, y una guitarra que nos explicaba los silencios: era que pasaba un ángel y nos robaba la voz. La poesía no era un brebaje oscuro, ni un reglamento (jo! toma eso, Becquer!).

Y también que tengo un amor desfasado, que callé cuando no debí y ahora es la anécdota más socorrida de dos viejos que se aman sin saber si al final quedarán juntos, o si todos sus planes de perpetuidad son sólo una broma compartida. Y la vieja de este viejo, que nunca ha sido suya, sino más bien él de ella, a veces renace de su amor callado por uno que vive en la Morelia que hoy su desfasado viejo comparte con alguien más.

Recordé al abuelo en gente desconocida. En ancianos que varias vidas atrás anduvieron en sus pasos, y que hoy (o ayer, o antier) se sientan a regalar folletos a los turistas de sombrero y cámara, sin hablar jamás sobre su historia compartida con mi abuelo.

O aquel sueño, el único. Nunca más he volado: sólo aquella vez en que me confundía con una parvada y cruzaba a vuelo la tierra mojada de Guanajuato, tan parecido su olor con esta, la de ayer; recordé a mis otros parientes, los innombrables, los del silbato del tren que anoche no nos dejó dormir. Mi abuela, la que murió hace doce años sin morir, y estrenó nietos nuevos sin decirnos adiós o buena vida.

Recordé que soy michoacano. Así, con minúsculas, como soy capricornio, diestro y egoísta.

Y sobre todo, recordé la forma en que se acaricia sin prisas; recordé las noches más parecidas a paréntesis que a sentencias; recordé la forma correcta en que se consuela a quien ha tenido pesadillas en las que uno mismo es el tirano. Recordé que caer de pie es un arte que aún no domino. Recordé mucho en dos días.

Lindo viaje.
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23.4.08

De las victorias pírricas.

Estoy de regreso.

Sé que estuvieron retorciéndose en las madrugadas por mi ausencia, sumidos en una interminable congoja por saber si estaría bien, si habría comido ese día, si traería suéter, si no me habría metido en algún problema irresoluble que pudiera nomás derivar en los separos. No, nada de eso, y aprovecho para pedir disculpas por las preocupaciones gratuitas que les provoqué. Estoy sano, salvo y completo; nada que lamentar.

Lo que sí, la vida ha andado varias vueltas en los últimos días. Mi primera entrevista de trabajo (¿les dije que la burocracia y yo nos separamos por un tiempo? la muy pérfida me dijo que así era mejor, que debíamos darnos nuestro espacio... vas a ver, recabrona... me voy volver neoliberal y entonces sí vas a regresar rogando)

Bueno, el asunto es que tuve una etrevista de trabajo con un funcionario muy acá. Bueno, yo digo que era muy acá porque me hizo esperar un ratote en la salita. Para no alargarnos el cuento, al final de la entrevista el funcionario invocó a los dioses del perenne desempleo con un conjuro tan solicitado como eficaz: "Nosotros te llamamos". Huelga decir que anoche dejé mi celular prendido por si llamaban en la madrugada, pero no. Yo creo que ya no tardan. No pasa de hoy.

Por lo demás, todo bien. A quienes se preocuparon por el post it de unas semanas atrás, muchas gracias. No pasó nada. Mucho drama por una chingadera que al final no sucedió. Ya les digo, un par de semanas realmente convulsas: La maestría a tiro de piedra; robo-recuperación; sonrisas nuevas (muchas), trámites pendientes, dinero (poquito, pero algo es algo) y algún aliado recién llegado, volteretas, vuelta a la práctica clínica (honra y larga vida a la Cédula Profesional!), hurracarranas: que bárbaro, Magadán!

Y además, Robotina y mi vuelta al posteo. Chido.

Paz.

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PD. Creen ustedes que a los funcionarios muy acá les moleste el pelo largo?