Recién ayer platicaba, café mediante, con Don Segismundo el de los libros. Llegué a su casa como a las seis de la tarde y ya tenía listo el doblexpresso y su purito apestoso, y leía algo que seguramente yo no entendería, y muy probablemente él tampoco. Lo saludé sin reverencias, porque siempre le cayeron mal los lamecuellos, y la verdad es que tampoco creo que sea tan importante como para hacerle tanta caravana. En eso él y yo siempre estuvimos de acuerdo.
En cuanto entré a su casita armada, dejó el libro al lado y se burló de mí. Ya me voy acostumbrando, porque puede llegar a ser mordaz cuando lee algo de 'ese jipi francés'. Córtate ese pelo, Roxanne me dijo, y yo obediente como soy: No y no me jodas.
Siempre ha odiado que lo tutee.
Lo primero que hizo fue recordarme aquel día en que conocimos al tipo que mató a hachazos a la mamá y a la sirvienta, ¿te acuerdas? Ese cabrón sí estaba mal. ¿Cuál? ¿El que odiaba a los cubanos? Sí, ese. Sí, estaba bien dañado, dije. Dejé correr unos segundos, y sólo acerté a disparar ¿Y por qué las mató, Don Segismundo? Él nomás puso cara de obvio: psicosis edípica, my donkey padawan, pero no dijo nada. Bueno, sí dijo: ¿Por qué crees tú que las mató? Y yo pensé ya vamos a empezar con la jodida mayéutica. No lo sé. Supongo que estaba loco.
Se metió el purito apestoso a la boca, y ambos supimos que no era el momento. Sonrió y yo preferí cambiar el tema, así que giré la página. Me encontré con algo más común aunque menos mundano que un paranoico homicida: Oiga, Don Segismundo, fíjese que hay un niño que está haciendo escarnios entre sus compañeritos de preescolar...
A Don Segismundo el de los libros, los problemas terrenales lo apasionan casi tanto como ponerse los calcetines.
¿Y qué quieres que yo haga? Nada. Era solo para hacer conversación. De nuevo, ambos supimos que yo mentía. Lo que quería que le abriera la cabeza a ese niño como si se tratase de una nuez, y diseccionara cada centímetro de su retorcido cerebrito hasta hacerse de las conclusiones más geniales, mismas que tuviera la decencia de vaciar en un informito que él mismo se prestara a leer y explicar para mi escaso entendimiento. Y de preferencia, si no es mucha molestia gracias, la gentil sugerencia de un tratamiento adecuado para este juditas empañalado...
-No voy a hacer tu trabajo, güevón.
Y entonces recordé por qué estaba yo allí: oiga, Don Segismundo, una molestia: ando buscando entre los conocidos un tótem o, cuando menos, un diván que le sobre, porque ando con un sueño atravesado, y ya fui con Doña Frida y con la señora Remedios, la de la botica, pero nomás me lo enredaron más. ¿Será que me tenga ese detalle?
- A ver, espérame...
-LuMmo.
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