Uno de los mejores piropos que he recibido fue aquel en que, sentado en la silla más rinconera de algún burdelucho de mala muerte -y buena vida-, una putilla de formas, modos y pláticas exquisitas, metió un papelito de cien pesos en la bolsa de mi camisa, y disparó a quemarropa:
-"¿Me invitas una copa?".
-LuMmo.