5.1.08

Queridos Reyes Magos:

Supongo que les parecerá raro recibir una carta mía; después de todo, hacía ya varios años que no figuraban entre mi mitología (les confieso), razón por la que los saqué también de mis contactos personales.

El motivo de que ahora me animara a escribirles es sencillo: sucede que estas fiestas las pasé rodeado de niños y niñas que, a fuerza de axiomas y silogismos del tipo "Si-entonces" y de toda una serie de pruebas a todas luces irrefutables, han dado al traste con mi escepticismo insostenible y mi absurda madurez.

Permítanme, antes que algo más suceda, preguntarles cómo han estado. Llevo años sin recibir noticias suyas, a no ser que participan en campañas televisivas de mueblerías y que en sus ratos libres se toman fotos en las plazas comerciales y en la Alameda. Me enteré también de la carta indignada que les escribiera un niño, y que ha circulado en varias versiones por todos lados, hasta convertirse en una divertida canción de Frank Delgado. Sobra decir que yo estoy de su lado (del de ustedes), aunque hay que concederle cierta razón al enojo del niño.

Yo, dejenme platicarles, ando medio raro. Ya saben, cosas de chiquillos de 26. Por un lado, andaba metido de burócrata y ahora estoy desempleado y con miras a dos o tres alternativas aún neblinosas; por el otro, se habrán enterado de lo que sucedió hace unos meses con mi marea personal, no? bajó abruptamente porque ya no tuvo quién le atrajera hacia sí. Además del asunto de la salud, siempre tan delicado y engorroso.

Todo eso es lo que ahora me lleva a enlistarles (no creerían que en esta carta no incluiría mi lista de regalos, o sí?) algunas alternativas que serían bien recibidas en el zapato que ya mismo, en cuanto termine de redactar esto, coloco debajo del árbol.


- Una lámpara maravillosa.

- Una cajita de dogmas autoadheribles.

- Una sonrisa en la almohada contigüa.

- Boletos para el circo.

- Alas para zapatos. Del 29 y medio o 30, gracias.

- Un curandero de ojos amarillos.

- Una botellita de locura, de esas que traen rociador, como los perfumes.

- Un "(hola...)" para mi habitación.

- Paz mundial (sé que esto es un lugar común, pero no me culpen por intentarlo).

- Un cartón de certezas. No importa que no las envuelvan.

- La extinción total de las hormigas.

Y creo que sería todo.

Cuando yo era niño, no estilábamos amarrar la carta a un globo y dejarla ir. Eso es una moda más bien nueva, así que, conservando las tradiciones, les dejo ésta debajo del árbol, enrollada y dentro de un zapato bien boleado y reluciente. Perdonen que no les haga dibujo como cuando era un niño de a deveras, pero se me ha ido olvidando su fisonomía conforme recuerdo más el logo de Coca-Cola, y temo cometer un error catastrófico en alguno de sus retratos.

Agradezco, de veras, la atención que pongan a esta cartita.


Atte.


LuMmo.


PD. Olvidaba platicarles: cuando no contaba más de tres años de vida, uno de mis tíos aseguró que los había visto, y lo hizo con tal convicción que al día de hoy no puedo menos que darles un consejo: cuidado, hay fisgones que se asoman desde la sala cuando ustedes pasan por las cocinas de mi pueblo natal, Lázaro Cárdenas, Mich.

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