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De lo único de lo que sí alancé a enterarme fue de los dedos entrelazados. Imaginen la sorpresa cuando de repente, al voltear, encontramos en el lugar que históricamente correspondió al cinismo, a la soledad o a la promesa sin semilla, una sonrisa que sólo ha de ser descrita en escrupuloso diminutivo. ¿Qué hace esa mano engarzada a la tuya? ¿a dónde va? ¿sería mucha molestia si me repite su nombre, tan gentil sería? ¿no vio un destierro por aquí, no se habrá sentado en él?
Y del desconcierto a la cobardía hay un suspiro; de la cobardía a la estupidez, aún menos tregua. De pronto me vi siendo héroe y amigo, confesor, maestro, amante y sueño curtido a mano. Tan absorto estaba en complacer su sonrisa, que descuidé mis dedos; de ellos (y aún no comprendo cómo) hizo un refugio para los dos.
¿Sabes a qué juegan dos niños encerrados a piedra y fuego en su refugio compartido? Yo recién lo descubrí: a todo lo que les toque la imaginación. A veces es fácil (y a fin de cuentas tanto o más válido) no entender nada, sobre todo cuando frente a ti tienes el deber de trazar, con líneas de chocolate, la cartografía entera de una espalda, hallando por supuesto la geodésica entre un escarpado coxis y una nuca hipersensible.
- LuMmo.
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