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20.1.09

De la de la sonrisa inocente.

Cayó por accidente en mi vida. Nunca por error: por accidente. Si los accidentes son parte del plan macabro del destino para salpimentarnos la vida, o si son las liebres que se le escapan, no es cosa, por supuesto, que yo defina. Soy sólo yo, como siempre.

De lo único de lo que sí alancé a enterarme fue de los dedos entrelazados. Imaginen la sorpresa cuando de repente, al voltear, encontramos en el lugar que históricamente correspondió al cinismo, a la soledad o a la promesa sin semilla, una sonrisa que sólo ha de ser descrita en escrupuloso diminutivo. ¿Qué hace esa mano engarzada a la tuya? ¿a dónde va? ¿sería mucha molestia si me repite su nombre, tan gentil sería? ¿no vio un destierro por aquí, no se habrá sentado en él?

Y del desconcierto a la cobardía hay un suspiro; de la cobardía a la estupidez, aún menos tregua. De pronto me vi siendo héroe y amigo, confesor, maestro, amante y sueño curtido a mano. Tan absorto estaba en complacer su sonrisa, que descuidé mis dedos; de ellos (y aún no comprendo cómo) hizo un refugio para los dos.

¿Sabes a qué juegan dos niños encerrados a piedra y fuego en su refugio compartido? Yo recién lo descubrí: a todo lo que les toque la imaginación. A veces es fácil (y a fin de cuentas tanto o más válido) no entender nada, sobre todo cuando frente a ti tienes el deber de trazar, con líneas de chocolate, la cartografía entera de una espalda, hallando por supuesto la geodésica entre un escarpado coxis y una nuca hipersensible.

- LuMmo.

7.1.09

De la muerte de la esperanza.

Esperó. Esperó mucho.

Una tarde, la menos pensada, la vio tirada a media calle. Estaba débil, sucia, enferma y definitivamente no había comido en mucho tiempo. Él no pudo menos que alegrarse de verla así, tan sombría. Si las cosas seguían como hasta entonces, la esperanza se le moría cualquier día de esos. No faltaba mucho. Era cosa de horas; un par de días a lo más. "La esperanza muere al..." eh... Puta madre.


- LuMmo.

22.8.08

De cuando fuimos hogar.

Le pedí no hablar del olvido. Por favor, le dije; sólo hoy. A ella le pareció bien el cambio.

Rondamos otros temas, muchos; cada uno más inerte que el anterior. Al final nos dimos cuenta: no había nada que decir. Lentamente surgió el olvido, y nos descubrimos de vuelta en casa. Mutua bienvenida; los olores familiares despistaban al azar.

Éramos nosotros

.

4.8.08

Del más pequeño de los mares.

Anoche lloraste.

Te vi disolverte en tu llanto, asustada.

Desesperado, traté de hacer de mi voz un recipiente que te contuviera, pero el daño estaba hecho. Lo vi en tus ojitos suplicantes: sabías que era inevitable, y yo lo sabía más. Por una fisura en el silencio te me escurrías, y al final de todo manchabas al mundo de ti.

Luego lo supe: no era yo tu llanto, sino tú misma. Eras tu tromba. Caías en gotas que asilaban huérfanos y movían montañas. Eras tú derritiéndote; eras el charco de tu nombre.

Pasado el diluvio, navegué un rato por tu llanto. Exploré. Resbalaba por mi espalda una gota de destino.


- LuMmo.

(No hay otra manera de decirlo. Al menos no la encontré)