- Y quién chingados te crees tú para evitar que los demás sufran lo que tienen que vivir?
- ...
('ta madre. Otra vez ganó)
- LuMmo.
Si usted compra el cerebro en supermercado, busque que ya venga precocido; esto facilitará el proceso y acortará los tiempos de cocción a la mitad. Si prefiere comprarlo en cefalería será necesario descortezarlo; una vez limpio, corte por el cuerpo calloso y ponga a baño maría el hemisferio izquierdo. Recuerde que dicho hemisferio es siempre más fibroso, por lo que habrá que dejarlo por espacio de quince minutos a fuego bajo antes de colocar el derecho. Una vez hecho esto, puede usted probar la consistencia con un tenedor: si la superficie es suave, y la coloración se ha tornado rosada, entonces coloque dentro de la cacerola también el hemisferio derecho. Este proceso conservará sus propiedades nutrimentales, y el sabor no se perderá por el gratín.
Cuando se hayan cocido ambos hemisferios por alrededor de veinte minutos a fuego medio, colóquelos en una bandeja previamente aceitada, y cubra con una sábana de queso mozarella seco. Esparza pimienta y orégano, y métalo a un horno precalentado a 200 grados durante veinticinco minutos.
Para la salsa de médula únicamente es necesario licuar media taza de sustancia gris con un cuarto de taza de jugo de limón, unas gotas de salsa inglesa, dos cucharadas de consomé de pollo en polvo y vino blanco.
Para la presentación, corte el cerebro en rebanadas uniformes de un centímetro y báñelas con la salsa de médula. Acompañe con cebollines asados, y un arreglo de vértebras formando una flor. Una ramita de cilantro favorecerá el color del platillo.
Bon appetit!
(Receta tomada de la revista Bistro Ghoulmet, No. 74, pag. 19)
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-LuMmo.
Escribíamos hace no mucho sobre las bondades de la poetoidesía como sustituto del azúcar. Los sustitutos de azúcar previenen la diabetes, pero provocan cáncer. A final de cuentas, todos somos mortales, y aquellos tiempos no fueron la excepción. La poetoidesía se murió de cáncer:
Más o menos cada tres semanas, el nunca bien ponderado Coyoacán (sí: sé que es un lugar común, pero who chingados cares?) recibía la visita de este grupito de raros ataviados en sus mejores disfraces, inmersos en una ciudad en la que lo que menos escasea son los raros enmascarados. Ante la mirada broncínea de doña Frida, seis o siete de los nosotros de entonces nos reuníamos a desnudarnos un rato ("es metáfora, Miguel") y despistar al mundo con sopitas de letras.
Lufemol, que para esas épocas ya estaba agarrando color y hábitos alimenticios, se topó por esas épocas con quien fuere alguien que le diera motivos, y quien le mostrara, huellas mediante, el camino que llevaba a un lugar que, luego supo, se llamaba Destino. Al menos eso cuenta con un cigarro en la boca, ahora que lo entrevisto para hacer esta burla de crónica.
Los cófrades virtuales que nacimos con el proyecto éramos varios. Ahora mismo, y a riesgo de omitir a alguien importante, recuerdo que en la primera camada de poetoides vendría Luna_Ella, el maese Abdiel, el Moro antes de Jorrick, la maravillosa -punto- Isa Zapata, la Skene -ya veo venir los chingadazos-, Frida Cósmica en su periodo dada, quien acercaría a Cynthia (primera madre de poetoide sXXI), el yononacíparamar Saúl, Maggie y el buen Zombie; poquito después el Tocayo de guitarra y lana, la Jica cole de mis quereres y Juanjo Junoy -entre lo público y lo privado: que bruto, que poesía!-, Adma xoxo, y Alejinoquia. El hermanazzo HACS y su faloescatobra del país de las maravillas cayeron ya mucho después, y se volvieron imprescindibles para el simplón que escribe. Muchos otros se asomaron a la ventana; algunos para verse reflejados en el vidrio; otros, para hacer gestos, y algunos más sólo por curiosidad.
Todo se paisajeaba en lindos colores por aquellas épocas. Muchos comentarios, mucha buena letra, saluditos personales, reuniones, tocadas... hasta que el muñequito de pijama roja le habló suavecito a nuestros egos, y el megalómano que todos llevamos dentro se infló y se infló. De pronto, la camaradería tornó en competencia, y las flores y jitomates se petrificaron, descalabrando a más de uno.
Hubo bandos y rehenes, me acuerdo. La cosa más divertida, hasta que ya no lo fue tanto. Una piedra acertó justo en mi columna vertebral, y tras la conmoción, caí en cuenta de que era hora de definirme. Los detalles sobran: mi elección fue salir a buscar cigarros y, de paso, aprender a fumar. Supuse que sería necesario por si alguno de estos días me tocaba entrevistar a Lufemol, y él me ofrecía uno de las muchas cajetillas que usa de pretexto para sentarse a no dormir.
El grupo, los otrora poetoides, está ahora disgregado. La deserción fue masiva. No pienso ni mucho menos haber sido el que los congregara ahí; más bien creo que mi elección fue secundada por quienes querían hacerlo desde antes. Me imagino la escena como si el viejillo que da de comer a las palomas de repente soltara una patada: todos salimos volando en direcciones distintas, y cada cual a su estatua.
Algunos mantenemos contacto. Otros, franca y dolorosamente, no.
Ahora, a varios años de distancia, la propuesta renace. La Poetoidesía en Versión 2.0, con reglas nuevas, origen y caos también nuevos, personajes distintos, circunstancias extrañas y un montón de "cómo crees!?" como parte del nuevo envoltorio. A pesar de mi reconciliada condición de carroñero, la duda surge: ¿Quiero?
La neta, no sé.
"ATTE"
-LufeMmol
-LuMmo.
Esto es: permítanme contarles la historia de Poetmex, versión 1.0, y desde la perspectiva de este camaleoncito que aún no acaba de jugar.
Comenzaba el tenso 2002 que habría de traernos el encanto de una nueva guerra sin pies ni cabeza, en el que la expresión "las Torres" seguía siendo dramática, y Corea y Japón prometían un mundial épico -que después habría de convertirse en un largo-largo bostezo-. Acá, en los íntimos entresijos de la convulsa Ciudad de México, el caos urbano bosquejaba una (otra) manera de entender la poesía.
Por aquellas épocas LuMmo no existía. Lufemol era un embrión flojeando en la matriz de su mamá (Poetmex), y su papá -Yomero- ni siquiera sospechaba su existencia. Había contracciones y dilatación para que el Mostro fuera parido entre algodón (sí: aquello era un castigo del Señor) y el Little Demiurgo socializaba con Ella y con otr@s álguienes, aunque todavía no terminaba de cambiarnos la voz.
El verbo era sencillo: compartir.
Y departir, ya que el gato andaba encarrerado. El chiste era asumir que la poesía se parece más a un pantalón de mezclilla que a un corbatín de moño.
Las invitaciones a ser parte del asunto fueron personales, me acuerdo. Arbitrariamente, confieso, aquellos cuyas letras me removían el cerebro, las tripas, el corazón o algún otro órgano interesante, fueron convidados a ser parte de la primera oleada de poetoides: un grupito de irreverentes de las letras, en el que Internet fuera un anzuelo común, y que, al paso del tiempo, habría de hacer suyo un rinconcito chilango. A saber: el parque Frida Kahlo, en Coyoacán.
Ahora mismo, mientras escribo esto, entré al grupo a checar su historia. Tenía mucho-mucho tiempo de no hacerlo. Aún no tomo, ni fumo, pero sigo sin hallar la tienda para comprar los cigarros tras los que prometí volver.
Pero lento, que apenas vamos arrancando.
La poesía siempre me fue ajena, como la mujer de otro. Me descalifico de antemano para emitir cualquier opinión sobre forma o fondo de lo escrito por otros. Sin embargo, la idea de arranque del proyectito fue el jugar a enriquecer las letras ajenas, y ser nutrido por prójimo que se animara a hacerla de palero o tirajitomates amateur. La dinámica era simple: uno lanzaba sus letras a un foro público; el pópulo, con antifaz y gorra de quedirán, comentaba sobre la forma, el fondo o las consecuencias de lo ahí expuesto. El poetoide en cuestión recibía comentarios y... pues ya.
(Yo casi siempre me animé al primer bando, el de los guayaberos, aunque debo admitir que no siempre dije todo lo que pensaba sobre lo que escribían otros... la neta, había escritos espantosos -y los de entonces no me dejarán mentir- que ni siquiera resultaban honestos, sino nomás un forzado intento por caer en gracia de los que ahí pululábamos.
Simón: ése es un juicio, pero pasa que, a varios años de distancia, ya no hace falta mentir)
Pero pasaba también que los cófrades a veces se aventaban unas cosas que llenaban el monitor completo. Im-pre-sio-nan-tes. Bastaba leer "Soy apenas intento de mito / como los ángeles cuando emigran..." de la Zapatita para entender que me estaba metiendo entre las patas de los caballos. "Cavamos con el cuerpo tumbas sobre la cama para estirar el tiempo inmóvil de sábanas, cobijas, almohada y un televisor que amortigua la herida con pequeñas dosis de tragedias lejanas.." decía un admirabilísimo Juanjo Junoy, y sus comentarios sencillos y quirúrgicos, contrastantes con la joya de sus metáforas, dejaban un indeleble caminito de migas de pan para seguir. Ella, por supuesto, brillaba ("distribuirte equitativa y ancestralmente entre mis muslos transparentes, abiertos por tus colores..." o "de tu voz deseo los pliegues ocultos / De tu voz los minerales instintos que te componen para mi cuerpo callado... suplicante.") como siempre lo hace. Lo iluminaba todo -que eso, para un tragaluz, es decir mucho-.
--- Fin de la primera parte---
Uno de los mejores piropos que he recibido fue aquel en que, sentado en la silla más rinconera de algún burdelucho de mala muerte -y buena vida-, una putilla de formas, modos y pláticas exquisitas, metió un papelito de cien pesos en la bolsa de mi camisa, y disparó a quemarropa:
-"¿Me invitas una copa?".
-LuMmo.